miércoles, 16 de septiembre de 2009

El vestido

El vestido película de Paula de Luque

Donde habitan los recuerdos?

Una película? Una reflexión sobre el amor y sus miedos? Sueños que mueve el viento?

El vestido parece una alegoría sobre la identidad de nuestros recuerdos, identidad que nos conforma en un viaje del pasado a nuestro presente. Un viaje pleno de desnudez, al que vestimos y desvestimos cuando nos descubren que nuestro ropaje no existe.

Un hombre, una mujer y sus recuerdos, pocas palabras y muchos silencios, planos expresivos, tres timbres del teléfono, un vidrio, fuerte y frágil a la vez, gracil y peligroso en sus aristas, colores vivos y profundos, que se quiebra, y vuelve a quebrarse, pero se recompone, se pega, no queda igual, nada queda igual.

Dos padres, en apariencia fuertes en el recuerdo emocional, ausentes en lo real, donde están? Y un legado de los padres, “el laberinto”, su obra más elaborada y pensada sobre la cual fernando reflexiona y trata de entender, como lo influye a él, a Ana. Ana, a quien encuentra Fernando al ponerse en contacto con su laberinto de recuerdos . Por donde se entra? Cuando? Se sale de el alguna vez? De fondo en una sala despojada, Ana y Fernando se enfrentan a su laberinto, y de momentos quedan solos, los vestidos cambian, pero hay un clima etéreo de donde no pueden agarrarse, sostenerse, están en el aire. El plano del laberinto muestra muchas salidas, pero cuidado con equivocarse, el que se pierde no vuelve.

El pasado y el presente, sin solución de continuidad, la historia esta allí donde se la ve y se la presiente, según lo vamos sintiendo en los planos de una gran belleza y simpleza. Espera, desasosiego, pequeñas sonrisas, y un mundo interior que no se abre, que no termina de encontrar la salida al laberinto del amor y sus condicionantes. Porque no pueden? Porque no quieren? Una metáfora del mundo que nos toca vivir? Una mirada de género sobre los pliegues del amor y el desencuentro?

La película bordea estos interrogantes sin tomar posición, algo tan patético del cine argentino, con un guión brillante y una dirección de arte exquisita, nos propone este viaje.

Una cuidada estética pone a los personajes en una situación despojada y bella, que no pueden resolver, como maniquíes bellos sin vida. Una mujer morena, otra rubia, en dos planos de vida, un verdadero hallazgo para definir las situaciones emocionales por donde transita Ana.

Una peíicula con reminiscencias del mejor cine coreano, pero con el toque argento, todos nuestros pesares entran y salen por Ezeiza, como alguna vez lo fue el puerto de Buenos Aires. Una pequeña obra de arte como hacía tiempo no veía en el cine argentino, y que ojalá, presuma el inicio de una gran carrera internacional de Paula de Luque.

Andrés Alarcón